Miguel Antúnez López, Relatos libres

Estas palabras no quieren ser un poema

Estas palabras no quieren ser un poema.
Tienen miedo de acabar
como esos títulos olvidados de romances que nunca serán,
como interesantes comienzos de relatos jamás acabados,
como estrofas de canciones destinadas al silencio.
Estas palabras no quieren ser un poema.
Les aterra ser juzgadas, medidas y comparadas.
Preferirían existir
como susurro del viento,
como manojo de espárragos,
como lenguaje de amapola,
como manifiesto de ciervo volante.
Estas palabras no quieren ser un poema.
Desearían convertirse
en respiración entrecortada,
en jeroglífico en la acera,
en golpes secos de tambor,
en paseo junto a un arroyo sosegado.
Estas palabras no quieren ser un poema.
Sólo quieren ser invisibles,
y anidar a tu lado.

Miguel Antúnez López

Miguel Antúnez López, tiempo

Instantes antes de llover

Qué distinto es esperar una tormenta desde una celda. Observar los relámpagos desde la ventana de tu habitación da la sensación de que estás a salvo bajo techo, en tu hogar. Pero ver cómo amenaza la lluvia desde prisión te hace sentir menos libre aún, con enormes ansias de salir a recibir las gotas mirando al cielo con los ojos cerrados.

El tiempo pasa y mis nervios continúan. Un nuevo trueno se oye haciendo más cercana la amenaza. El olor a tierra mojada llega como un fiel emisario, a lomos de un viento que despeina las copas de los árboles. Las nubes grises juegan entre sí, buscando la oscuridad en las alturas.

Hasta que vienen a por mí, me llevan al teléfono y lo puedo escuchar. “Ha sido una niña”. Y las lágrimas inundan mi rostro mientras fuera comienza a llover.

Miguel Antúnez López

locura, Miguel Antúnez López

Remordimientos

Fue el único testigo. Aparte de víctima y asesino, sólo él sabía qué había pasado aquella noche. Un reputado psiquiatra había matado por accidente a una prostituta en un oscuro callejón. Pasado el susto y habiendo eliminado cualquier posible prueba en su contra, el doctor se había percatado de aquel vagabundo que se hacía el dormido en un rincón.

Dos días después ya había conseguido que ese pobre hombre fuese acusado del asesinato sin ver su nombre y su reputación expuestos. Sabía bien cómo mover su dinero. Ya sólo quedaba dar su diagnóstico, alguna clase de locura, librar así al mendigo de la cárcel y hacer que ingresara de por vida en su manicomio de confianza.

El respetado psiquiatra controlaba sus remordimientos enviándole de forma anónima una cesta de Navidad todos los años.

Miguel Antúnez López

atmósfera, Miguel Antúnez López

La danza de la lluvia

Hombres, mujeres y niños, todos con el torso desnudo y llamativos adornos, salieron al patio central. Al ritmo de un monótono tambor, comenzó la danza con el objetivo de convocar a los dioses para que hicieran llegar la lluvia benefactora, sin la cual no había cosechas y el hambre llegaba como una niebla que lo envuelve todo.

Se adivinaban ya los colores del ocaso del sexcentésimo séptimo día seguido sin que una sola gota se precipitase desde la atmósfera. La danza se hizo mucho más viva, hasta alcanzar un compás casi frenético.

Los meteorólogos decían que durante la primera semana del nuevo año que entraba en unos días, 2056 ya, las probabilidades de que lloviese en Madrid aumentaban. Ojalá. Pero nunca estaba de más bailar un poco.

Miguel Antúnez López

cárcel, Miguel Antúnez López

Terrorista

La acumulación de escándalos políticos y económicos parecía haber colocado al país cerca del umbral de lo soportable para una sociedad. Pero nada pasaba. La corrupción, tanto de corruptores como de corruptos, campaba a sus anchas sin respuesta.

Cuando concedieron el tercer grado a aquel político que había estado tan sólo unas semanas en la cárcel mis prioridades cambiaron. El fin de una epidemia así sólo se puede conseguir si se ataja la enfermedad de raíz. De pensar que no tenía futuro y que mi vida ya no valía pasé a encontrar sentido a mi existencia.

Cuando lo maté vi claro que había que repetirlo. Por suerte tenía muchos posibles objetivos.

Terrorista. Así me llaman en las noticias. Esfuerzos en vano para aplacar a las masas. Nada pueden ya hacer contra la ola de los que han comenzado a imitarme. Esto es sólo el comienzo.

Miguel Antúnez López

almohada, Miguel Antúnez López

Lágrimas en la almohada

“A través de los relatos de Lovecraft se puede recomponer la historia del Necronomicón”, leía en el portátil. La noche empujaba engullendo la luz. Mientras continuaba la lectura sobre las obras de Lovecraft oía cómo el viento soplaba al final de aquel domingo.

El trabajo lo tenía que entregar al día siguiente. Apresurado, siguió consultando páginas de internet que hablaban de profecías, de antiguos libros, de seres terroríficos, de extrañas ceremonias destinadas a abrir portales que darían acceso a nuestro mundo a especies desconocidas para el ser humano.

Tras pinchar en un enlace acabó en un extraño blog donde se escribía sobre relatos mayas y olvidados mitos. Leyó en voz alta unas complicadas palabras que no entendió. El cansancio ganó al deber y decidió acostarse. Ya se inventaría una excusa.

A la mañana siguiente, en su habitación, tan sólo encontraron frío y humedad. Y los restos de sus lágrimas en la almohada.

Miguel Antúnez López

espejo, Miguel Antúnez López

El espejo

Un reputado periodista deportivo desgranaba en la radio el último fichaje de relumbrón. El calor de finales de julio insistía en permanecer más allá de medianoche. La luna menguante acompañaba la travesía del Seat por el polvoriento camino entre olivares. Cuando paró y apagó el motor pudo escuchar los pequeños golpes que ella daba desde el interior del maletero. Era absurdo, nadie la iba a oír.

Cuando acabó de cavar la zanja, sonrió. Todo estaba listo para comenzar una vez más su ritual. La trasladó en brazos y con cuidado hasta el agujero y la dejó caer, situándola en posición fetal sobre su costado derecho. Entonces puso la caja para la cabeza, con el tubo respiradero, la pequeña lucecita y el espejo, su sello, para que su víctima pudiese ver el rostro de la muerte acercándose. Terminó de enterrarla y se fue satisfecho de vuelta a casa.

Miguel Antúnez López

metamorfosis, Miguel Antúnez López

La metamorfosis

Al abrir los ojos de nuevo tras aquellas palabras encontróse Gregoria Sánchez en la silla transformada en una especie de monstruo.

Hallábase echada sobre el respaldo y, al subir un poco la cabeza, vio chocante la figura de extraños ojos que la miraba como nunca nadie lo había hecho. Tardó un segundo más en comenzar a ser consciente de su metamorfosis. Miró sus manos surcadas por curvadas callosidades, sus brazos llenos de prominencias arqueadas. La luz de la sala le daba un color verdoso, como si su cuerpo estuviera cubierto de escamas. Sentía que movía involuntariamente un nuevo apéndice que bien podría ser una cola, latigueando a su derecha. Sus piernas habían dado paso a unas patas similares a columnas peludas.

Tan sólo al volver a ver aquel papel que presidía la mesa Gregoria recobró el habla para preguntar:

-¿Cuánto me queda entonces, doctor?
-Lamentablemente la metástasis…- continuó el doctor sin que Gregoria pudiera ya entenderle.

Miguel Antúnez López

Miguel Antúnez López, nada

Doble o nada

Arturo estaba sentado en la ruleta dispuesto a jugárselo todo a doble o nada. El día anterior había empeñado sus pertenencias al completo, menos la ropa que vestía, sin que su mujer ni sus hijos se enteraran. Había conseguido un total de 15.125 euros y estaba dispuesto a apostarlo todo al rojo.

Las deudas, el final de la prestación por desempleo y un futuro a punto de caer por el precipicio le habían empujado a esta situación. Si perdía estaba dispuesto a asumir las consecuencias. Si ganaba es posible que pudiese remontar el vuelo. Al menos había que intentarlo. Cuando todo se da por perdido sólo queda la voluntad, cerrar los ojos y dar un paso más.

La bolita comenzó a dar saltos en la ruleta. Su sufrimiento era la estrella del entretenimiento. No sabía que era el protagonista de un exitoso programa de televisión.

Miguel Antúnez López

magia, Miguel Antúnez López

Abracadabra

Más allá de ese control estaba nuestra libertad. Tras la muerte de mi madre, en Francia no nos quedaba nada ni nadie. Mi padre y yo viajábamos solos en ese invierno de 1940. Y, entonces, nos pararon esos dos soldados nazis.

No sé por qué mi padre respondió que era mago. Lo había dejado cuando empezó todo. Los soldados se miraron, sonrieron y, sin dejar de apuntar con sus armas, dijeron que sólo pasaríamos si hacía un buen truco de magia. Si no les gustaba, nos matarían.

Mi padre comenzó con su discurso. Uno largo y elaborado que usaba en las mejores ocasiones. Les explicó que era un hombre sin miedo porque podía atrapar las balas con la boca. Para que no hubiese dudas debían marcarlas con una señal. Entonces, una vez que tenían las armas descargadas, mi padre sacó su pequeña pistola y les pegó a los dos un tiro en la cabeza. “Abracadabra”, susurró antes de volver a mi lado.

Miguel Antúnez López