atmósfera, Favoritos, Palabra obligada

Vota tu relato favorito de Diciembre

Al jurado de Palabra Obligada le ha pasado factura los turrones y polvorones esta Navidad, pero… ¡ya están aquí!, los cuatro mejores relatos del mes de diciembre protagonizados por la palabra «atmósfera»:

Buen estudiante (Daniel de Castro) << ¡Favorito!
El salto (Blanca Miller)
Lacónico vals eterno (Aida)
Naturaleza muerta (Calcetín Rayado)

Ahora os toca elegir a vosotros el favorito. La encuesta se cerrará el próximo jueves día 15 de enero.

¡Mucha suerte a los elegidos y muchas gracias al resto de participantes por seguir colaborando con nosotros!

Os recordamos que los autores finalistas no deberán compartir la encuesta o la página en redes sociales ni pedir votos expresamente, por respeto al resto de finalistas.

atmósfera, ICMarja

Imposibilidad empírica

–Cariño, sal al balcón.
–¿Para?
–Para ver la Luna.
–¿Ahora?
–Va, no te hagas de rogar.
Imaginó que ahora estaría levantándose y acercándose a la cristalera. Hablando por teléfono le parecería una tontería salir al balcón, pero al menos se asomaría.
–Ya.
–Mira, está llena y blanca. Un espejo perfecto.
–En realidad…
–Espera, deja. El otro día discutimos sobre enviar un beso por vía telefónica porque dices que, aunque transmite bien el sonido, el hilo no es un conductor romántico ideal.
–Hombre, pues no.
–Pues he pensado que podría mandártelo reflejado en la Luna. Si beso con bastante fuerza, podría llegar allí, rebotar, y llegar a ti íntegro. Supongamos que la Luna es un buen reflector romántico…
–Puede. Pero a ver. ¿Has tenido en cuenta que igual se te quema en la reentrada a la atmósfera?
«¡Ay, no atino!» –pensó, suspirando– «¡Qué mal trata el romanticismo este mundo de ingenieros…!»

ICMarja

atmósfera, Home_r

La luz hurtada

La acidez del cielo mató al rey. Cumbres de granito arisco guardan el abrupto valle secreto, sepultado bajo un manto de perennes nubes coléricas. La irrespirable e inhóspita atmósfera cubre el bosque muerto que bebía los vientos por el lago que yace a sus pies. La lluvia lleva la muerte consigo. Los huesos siembran la tierra. La desesperanzada roca asila las últimas voluntades de la superficie caída. Subterráneas, nuevas castas erigen imperios. Quizá ellas canten loas por la cosmogonía muerta. Un llanto por una civilización de mamíferos casquivanos.

Home_r

atmósfera, Daniel de Castro

Buen estudiante

— ¿Qué tal el examen?
— Una mierda. Lo tenía todo preparado, ¿sabes? Ayer grabé todo el tema en mi iPod y lo preparé para que sonara en cuanto le diera al play. Esta mañana, lo guardo en el bolsillo de la sudadera, paso el auricular por un agujero interior y lo saco por la manga para que el profesor no vea el cable. Era perfecto, joder.
— ¿Y qué ha pasado?
— Cuando le doy al play, empieza a sonar una canción. He pasado todo el puto examen pasando canciones como un loco y no lo he encontrado. Cuando se entere mi madre del suspenso, me mata.

En el gimnasio, Marta se olvida de todos sus problemas. Se monta en la bicicleta estática, se coloca los auriculares del iPod en los oídos, le da a reproducir y…
¿Ésa es la voz de su hijo?
«Las diferentes capas de la atmósfera son…»

Daniel de Castro

atmósfera, Miguel Antúnez López

La danza de la lluvia

Hombres, mujeres y niños, todos con el torso desnudo y llamativos adornos, salieron al patio central. Al ritmo de un monótono tambor, comenzó la danza con el objetivo de convocar a los dioses para que hicieran llegar la lluvia benefactora, sin la cual no había cosechas y el hambre llegaba como una niebla que lo envuelve todo.

Se adivinaban ya los colores del ocaso del sexcentésimo séptimo día seguido sin que una sola gota se precipitase desde la atmósfera. La danza se hizo mucho más viva, hasta alcanzar un compás casi frenético.

Los meteorólogos decían que durante la primera semana del nuevo año que entraba en unos días, 2056 ya, las probabilidades de que lloviese en Madrid aumentaban. Ojalá. Pero nunca estaba de más bailar un poco.

Miguel Antúnez López

atmósfera, Osezno

Por la mañana

Hoy cuando me he levantado he mirado hacía al cielo, emborronado. Mi cabeza iba a la par como si hubiera alguna conexión entre los dos. Mecido por ese pensamiento he observado que tanto mi mente como este estábamos bajo el yugo de una atmósfera etérea, envolvente e invisible. ¿Cómo escapar de esa sensación? ¿Cuál es la lanzadera que me haría traspasarla hasta ir más allá hasta la calma infinita en la que reposa el vacío absoluto? Entonces tú has aparecido por mi espalda y me has abrazado. El cielo se ha roto dejando pasar un rayo de sol como si no hubiera atmósfera capaz de resistir esa luz y he notado tu calor.

Osezno

atmósfera, Blanca Miller

El salto

Hacía tan poco que la conocía que todavía me avergonzaba el saberme espiada mientras la observaba. Sus ojos ágiles me encontraban, fugaces, mientras desnudaba sus ideas para mí, sabiendo que aunque quisiera no podría apartar la mirada. No podía evitarlo, apenas había empezado a recorrer su espalda pero sentía que sus lunares eran la constelación bajo la que había nacido.
Desde que la vi por primera vez, su cuerpo siempre tuvo para mí una fuerza propia, imparable, inabarcable; una suerte de gravedad que me arrastraba irremediablemente hacia su centro. Como quien se estrella contra el agua tras haber saltado un abismo yo me esforzaba por estrellarme contra sus caderas, sus piernas, su cuello, dejando atrás la estela de mi ego en una atmósfera propia, privada y solo nuestra formada por sudor y sexo.

Blanca Miller

atmósfera, Chus Rodríguez

¿Fracaso?

El hábil lanzador de diábolo había alcanzado últimamente alturas sorprendentes. Cada vez que aparecía en el pueblo dejaba boquiabierta a la multitud que le hacía corro, con sus virtuosas cabriolas y campaneos. Siempre conseguía elevar el artilugio a distancias increíbles para volver a recogerlo con una maestría asombrosa. Los últimos meses había ensayado mucho, quería impresionar a la concurrencia. Y así fue.
Aquel extraordinario lanzamiento resultó algo espectacular, logró superar con creces cualquier otro realizado. Tras una serie de piruetas previas con el carrete, echó un vistazo rápido al cielo, como buscando un buen lugar donde enviarlo. Y con un enérgico y virtuoso movimiento de brazos propulsó el aparato a la atmósfera, mucho más allá de los límites fijados a la visión humana.
El diábolo nunca regresó de su ascenso. Curiosamente, fueron muchos los que se sintieron defraudados.

Chus Rodríguez

atmósfera, xenaga

No se puede decir que no existiera

Me gustaba que fuera canción para moverme a su ritmo mientras iba desnudándose de notas. Ella, con la cabeza en las estrellas y las caderas tan estrechas que dibujarlas con mis manos era una carrera a contrarreloj de deseos. Ella, que sonreía a un infinito mientras sus ojos se apagaban con mil desafíos y la fuerza yéndosele a ritmo de los meteoritos que solo eran moscas que zumbaban sobre nuestras cabezas. Ella, que creó una atmósfera que solo podía respirar yo y que me envenenaba a cada segundo que pasábamos juntos. Ella, que murió en mis brazos como la niña pequeña que era y que siempre fue para mí soledad porque la enfermedad del desamor no tiene cura.

xenaga