Daniel de Castro, pizza

Operación

El paciente está abierto y listo para la extracción. El doctor Martín ha hecho esto cientos de veces, pero lejos de ser pura rutina, es una de las intervenciones más complicadas a la que se ha enfrentado. Por suerte, es todo un experto en la materia y confía plenamente en su habilidad y pulso firme para extirpar el tumor sin dañar ningún órgano a su alrededor.

— Sudor.

La enfermera le limpia la frente. Una gota de sudor se ha deslizado lentamente hasta su ojo, haciéndole perder la concentración durante un microsegundo, pero ya no hay vuelta atrás. Martín ya ha metido las pinzas, coge el tumor con ellas y…

¡MEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEC!

— ¡Papááááá! —El portazo le ha hecho perder toda la concentración.

— Ya ha llegado la cena, vamos.

— ¡Bien! ¡Pizza! —El doctor Martín sale corriendo del quirófano. El paciente, con su nariz roja encendida, yace inerte sobre la mesa de operaciones.

Daniel de Castro

Daniel de Castro, mar

La playa

Los niños jugaron en la playa como si no hubieran visto los monstruos metálicos a su alrededor. No sabían por qué estaban ahí, pero no pareció importarles demasiado.
A Julia, sin embargo, no le hacía ninguna gracia. Había veraneado en aquella playa desde que era niña. Allí fue donde conoció a Andrés, un joven estudiante de políticas, al que años más tarde se le ocurrió que sería buena idea mudarse.
— Si consigo entrar en el ayuntamiento, estaremos siempre junto a nuestra playa —dijo.
«El muy cerdo», pensó Julia mientras subía al mercedes nuevo de su futuro exmarido «esto no se lo perdono». Miró por última vez al mar sabiendo que nunca volvería a ser “su playa”.

Daniel de Castro

Daniel de Castro, tiempo

Carpetas

Odio el puto verano. Llevo todo el día asándome al sol en una calle por la que no pasa nadie. ¿A quién se le ocurriría mandar comerciales al centro de Murcia, a las cuatro de la tarde? A mi jefe, claro. Menudo gilipollas.
•••
Menos mal, una persona al final de la calle, estaba a punto de darme por vencida. Chico joven, guapete, pero no demasiado. No será difícil captar su atención.
•••
¡Tenemos contacto visual! Y se está acercando directo hacia mí, sabía que no podría resistirse a mi inocente sonrisa.
•••
Unos pasos más y será todo mío. En cuanto consiga este contrato, por fin podré irme a casa.
•••
— ¡Hola! Qué calor hace, ¿verdad? ¿Tienes un segundo para…?
— No tengo tiempo.
•••
Hijo de puta.

Daniel de Castro

Daniel de Castro, monos

En la selva no hay espejos

Naciste entre los monos y creíste que eras uno más. Aunque no conseguías subir por los árboles como lo hacían ellos, no te preguntabas por qué. Ellos te traían la comida, jugaban contigo y te protegían de los malvados tigres, no necesitabas trepar.
Pasó el tiempo y no creciste igual que ellos. Tus amigos eran más ágiles, pero tú eras más grande, más fuerte. Seguían trayéndote comida, pero ya no te llenaba como antes, tu cuerpo te pedía comer algo más.
Con el tiempo, empezaste a sentirte apartado. Seguían siendo tus amigos, pero cada vez se alejaban más de ti. Tenían miedo, pero no te abandonaron. Te necesitaban.
¿Para qué? ¡Ja! ¿Aún no lo has entendido? Te dejaron solo cuando vieron llegar al temible tigre. Querían que te enfrentaras a mí y les salvaras la vida. Pero no eres un simio, hijo mío. Sígueme tras ellos y te enseñaré quién eres realmente.

Daniel de Castro

atmósfera, Daniel de Castro

Buen estudiante

— ¿Qué tal el examen?
— Una mierda. Lo tenía todo preparado, ¿sabes? Ayer grabé todo el tema en mi iPod y lo preparé para que sonara en cuanto le diera al play. Esta mañana, lo guardo en el bolsillo de la sudadera, paso el auricular por un agujero interior y lo saco por la manga para que el profesor no vea el cable. Era perfecto, joder.
— ¿Y qué ha pasado?
— Cuando le doy al play, empieza a sonar una canción. He pasado todo el puto examen pasando canciones como un loco y no lo he encontrado. Cuando se entere mi madre del suspenso, me mata.

En el gimnasio, Marta se olvida de todos sus problemas. Se monta en la bicicleta estática, se coloca los auriculares del iPod en los oídos, le da a reproducir y…
¿Ésa es la voz de su hijo?
«Las diferentes capas de la atmósfera son…»

Daniel de Castro

cárcel, Daniel de Castro

525 pesetas, cerillas y un paquete de Marlboro

Para aquel funcionario, darme mis cosas no era más que rutina, pero para mí era el primer contacto que tenía con mi vida anterior a la cárcel. Cogí mis cosas y salí directo a respirar el olor de la libertad, pero fuera solo olía a humo y polución.
Encendí un pitillo mientras miraba cómo había cambiado todo. Hacía veinticinco años, me llevaron por una carretera secundaria a una cárcel en mitad del campo. Ahora estaba en mitad de un polígono industrial atravesado por una gran autovía. Solo había una cosa en común, que allí no había nadie para acompañarme. Sin familia, sin amigos, sin contactos, sin dinero, era imposible que pudiera sobrevivir mucho tiempo ahí fuera.
Tal vez por eso decidí cruzar la carretera en ese momento. O quizá simplemente no vi el camión. No lo sé, a este lado todo es muy confuso.

Daniel de Castro

almohada, Daniel de Castro

Recién casados

¿Alguna vez te has tirado a una vieja? Es asqueroso, con todo eso colgando… no podía soportarlo más. Por suerte ya era la última vez, esa noche acabaría con todo. Solo tenía que ponerle una almohada en la cara mientras dormía, esperar a que dejara de respirar y pensar en qué hacer con todo su dinero. En el cine parece muy fácil, ¿cómo iba a imaginar que se pondría a patalear? ¡Y qué fuerza! Una de sus piernecillas huesudas me dio en las pelotas y me hizo soltar la almohada.

Solo bajé la guardia un segundo, tiempo suficiente para que gritara como una loca. Para cuando quise darme cuenta, la habitación estaba llena de criados sujetándome hasta que llegara la policía. Estuve tan cerca…

¿Y tú qué haces aquí encerrado?

Daniel de Castro

Daniel de Castro, espejo

Gotas de agua

Desde el día que nacimos, todos tenían problemas para diferenciarnos. Nuestro padre siempre recuerda con cariño cómo la enfermera se hizo un lío al entregarnos a nuestra madre. Ella era la única capaz de saber quién era quién en todo momento, nunca conseguimos engañarla. En el colegio, sin embargo, aprovechamos que estábamos en clases diferentes para intercambiarnos los exámenes. A mí se me daban mejor las ciencias y a él, las letras. En una ocasión, incluso nos cambiamos las novias. Ninguna de ellas notó la diferencia.

Mirarle siempre había sido como mirarme en un espejo. Ahora, en cambio, tan pálido dentro de esa caja, es la primera vez que no me reconozco en él. Le echaré de menos.

Daniel de Castro 

Daniel de Castro, infierno

Eterna soledad

Tuve que morir para saber que estaba equivocado. Toda la vida rezando y allí no estaba San Pedro esperándome a las puertas del paraíso. Ni siquiera me moví del lugar, me quedé flotando junto a mis seres queridos. Poco a poco fueron olvidándose de mí y tuve que ver cómo envejecían y morían todos. Pero no se reunieron conmigo, seguí solo viendo cómo envejecían sus hijos, nietos y los hijos de sus nietos.

Con el tiempo he terminado comprendiendo por qué no vi a San Pedro ni las puertas del paraíso. Estoy en el infierno y ésta es mi condena.

Daniel de Castro

Daniel de Castro, metamorfosis

Rattus Oficinus

Al salir del despacho del jefe, siento las miradas de mis compañeros clavadas en mí. A sus ojos, ya no soy el mismo de antes, empiezo a cambiar. Todo mi cuerpo se cubre de una espesa mata de pelo. El rostro se alarga, los ojos se vuelven completamente negros y me crecen dos largos y afilados colmillos. Empiezo a caminar a cuatro patas, ayudado por una cola tan larga como mi cuerpo, el cual ve reducidos sus 85 kilos a unos escasos 150 gramos.

Terminada la metamorfosis, ya solo queda aceptar que soy la nueva rata de la oficina.

Daniel de Castro