Para mi cumpleaños recibí el regalo más inútil y extraño que nunca antes había recibido.
En cuanto lo vi intenté no mostrar la extraña mueca que mi cara quería exhibir, aunque mi amigo lo percibió como una espléndida cara de emoción; nada más lejos de la realidad, porque lo que en realidad estaba escondiendo no era más que decepción e incredulidad.
Durante ese día estuve barajando mis opciones. Primero que nada pensé en hacer una linterna, pero era mayo y no me entusiasmó la idea. También se me ocurrió preparar un puré, posiblemente la forma más sensata de utilizar una calabaza… Pero finalmente decidí, después de ver corretear a mi hámster en su ruedecita, que lo mejor que se podía hacer era una canoa. Sí, haría una canoa para mi hámster. De repente tenía toda la lógica del mundo.
La tallé, la vacié y le di la forma más bonita que supe. Solo quedaba una cosa por hacer: probarla.
Cogí a Matías y nos fuimos al río. La canoa flotaba a la perfección, así que coloqué al animal, un poco en contra de su voluntad y dejé que la corriente lo arrastrase.
Mientras se alejaba, Matías se veía feliz.
Aida