Aida, atardecer, Microficción

microficción #15

Corría hacia la inmensidad de la playa. Sus pies desnudos, ensangrentados, revelaban la historia de una mujer perdida y cansada, huyendo del atardecer sombrío que le acechaba. Cuando notó la sal en sus heridas lloró. Insultó a la vida que con tal insistencia la linchaba.

Aida

Aida, calabaza, Relatos libres

El día más feliz

Para mi cumpleaños recibí el regalo más inútil y extraño que nunca antes había recibido.

En cuanto lo vi intenté no mostrar la extraña mueca que mi cara quería exhibir, aunque mi amigo lo percibió como una espléndida cara de emoción; nada más lejos de la realidad, porque lo que en realidad estaba escondiendo no era más que decepción e incredulidad.

Durante ese día estuve barajando mis opciones. Primero que nada pensé en hacer una linterna, pero era mayo y no me entusiasmó la idea. También se me ocurrió preparar un puré, posiblemente la forma más sensata de utilizar una calabaza… Pero finalmente decidí, después de ver corretear a mi hámster en su ruedecita, que lo mejor que se podía hacer era una canoa. Sí, haría una canoa para mi hámster. De repente tenía toda la lógica del mundo.

La tallé, la vacié y le di la forma más bonita que supe. Solo quedaba una cosa por hacer: probarla.

Cogí a Matías y nos fuimos al río. La canoa flotaba a la perfección, así que coloqué al animal, un poco en contra de su voluntad y dejé que la corriente lo arrastrase.

Mientras se alejaba, Matías se veía feliz.

Aida

Aida

La secretaria

Más dulce que el mismísimo azúcar parecía Manuela cuando cruzaba las piernas dentro de alguno de sus finos modelitos de Channel. Su sonrisa hipnotizaba al más duro y su mirada inocente llenaba los corazones de cualquier ingenuo que pasara por delante. “¡Ay, Manuela! ¿Cuántos corazones habrás roto con tus delicadas manos?”
Manuela siempre consigue lo que quiere, aunque tenga que hacer uso de sus métodos más rastreros. Manuela es una trepa, se aprovecha de quien quiere: detecta al más débil, al desarmado o al más despistado y se engancha a su cuello y le chupa la sangre hasta dejarlo seco.
Antes de ser el desgraciado que hoy conoces, justo antes de eso, me enamoré de Manuela.

Aida

Aida, vacaciones

El fin

Pel retorçut camí de la meva existència vaig trobar un lloc on podia somniar, deixar volar la imaginació i fer i desfer al meu gust.
Les meves paraules explicaven coses que em feien por, coses que no podia controlar i s’escapaven poc a poc d’entre els meus dits. Una parodia d’aquest mon boig en el que vivim, sempre he pensat. També reia, imaginava i compartia les meves reflexions.
Però quan m’he despertat tenia el cos fred i rígid, i el més curiós de tot és que l’he pogut tocar. Sí, m’he vist a mi mateixa des d’una distancia prudencial. A la meva cara pàl•lida s’hi intuïa un somriure.
– Ho sento Aida – diu la meva veu titubejant- me’n vaig de vacances per tota la eternitat.
Sento una veu que m’explica que s’ha acabat.

Traducción:

Por el intrincado camino de mi existencia encontré un lugar donde podía soñar, dejar volar la imaginación y crear a mi antojo.
Mis palabras explicaban cosas que me daban miedo, cosas que no podía controlar y se escapaban lentamente de entre mis dedos. Una parodia de este loco mundo en el que vivimos, siempre pensé. También reía, imaginaba y compartía mis reflexiones.
Pero cuando me he despertado tenía el cuerpo frío y rígido, y lo mas fantástico de todo es que lo he podido tocar. Sí, me he visto a mí misma desde una distancia prudencial. En mi tez pálida se intuía una sonrisa.
– Lo siento Aida- dice mi voz titubeante- me voy de vacaciones para toda la eternidad.
Escucho una voz que me explica que se ha terminado.

Aida, piña

El sentido de la piña

Cristina se levantó ese día invariablemente temprano. Se duchó mientras fantaseaba con sus vacaciones de verano y cuando terminó, advirtió que sus párpados pesaban cada vez más. Miró el reloj y pensó que tenía tiempo de volver a la cama veinte minutos más. Se tumbó sobre su incómodo colchón y se abandonó en una fantasía onírica que la alejó plenamente de la realidad.
Subió por unas escalerillas que parecían llevar a ninguna parte y desde la cúspide vislumbró lo que identificó como su vida hasta ese preciso instante. No era consciente de que estaba delirando y se aterró al ver todas las pequeñas cosas que había enterrado por el camino. Se vio a si misma despojada de sus cargas. Apreció cada uno de los pequeños detalles que la habían llevado exactamente donde estaba hoy: extendida sobre el insignificante colchón de su minúscula habitación. Se sintió feliz. Y ahí, justo en la médula de su simbólico escenario estaba lo más trascendental: una enorme piña.

Aida

Aida, pizza

Pepperoni bambino!

El día en el que Max iba a morir llegó escoltado de un sol inusualmente radiante para esa época del año.

Despertó cansado, más de lo normal, y se dispuso a ir al mercado a comprar los mejores ingredientes para sus pizzas, famosas por su buen gusto y su masa crujiente, una perfecta sinfonía para los sentidos. Pero el mal humor de Max todavía tenía más grande reputación.

Max era un cocinero italiano y amargado que desembarcó en la orilla opuesta del mar cuando era todavía demasiado joven. Empezó su negocio en un pequeño local y para no romper ningún tópico se dedicó al viejo y artesanal arte de cocinar pizza. Pero ese miércoles no pudo ver la puesta de ese agraciado sol que chispeaba sobre su cabeza. Su mal humor y su pasión por las pizzas le envenenaron cuando intentó engullir un pedazo de pizza mientras reprendía a su nuevo empleado por motivos que nadie entendía. Nadie pudo ni quiso salvarle.

Aida

Aida, mar

El renacer de Luisa

Bajó la mirada y quedó atónito ante el mar de conocidos que tenía delante. Su desconcierto fue tal, que no pudo articular palabra, solo podía pensar en sus compañeros de trabajo ahí presentes. Nadie conocía su álter ego y su intención siempre fue que así siguiera siendo. Luis era un humilde promotor comercial durante el día y la gente que le conocía lo consideraban una persona sensata, honesta y educada. Pero por las noches, Luisa se ponía sus mejores galas, se soltaba la melena y salía a la calle tapando con un pañuelo sus voluminosos pechos. Le gustaba cantar en bares de alterne y mostrar la preciosa figura que le hubiera gustado tener de nacimiento, sabía canalizar su delicada pero a la vez potente voz consiguiendo, sin excepción, que el público se deshiciera en aplausos. Solía cantar en locales lejanos de su pueblo natal, pero esa noche, ni así pudo conseguir seguir escondiéndose de Luis.

Aida

Aida, tiempo

El transitorio comienzo

Era un mañana lluviosa cuando Iván advirtió que su vida iba a cambiar. Todavía notaba en sus labios el sabor del plato que cocinó la noche anterior para su propio deleite y se dispuso a recoger el desorden de la cocina. Se sentía bien. Pensó en todo el tiempo que había pasado hasta poder instalarse en el que ahora era su piso. Tanto esfuerzo y paciencia… Su adolorido cuerpo se quejó cuando intentó levantarse de la cama pues la noche anterior había ido rutinariamente a su clase de artes marciales. Ese leve dolor le reconfortó. Ahora todo marchaba bien. Saltó de la cama y se arregló. Dejó la cocina por recoger deseando solo sentir la lluvia sobre su piel. Salió a la calle, bajó de la acera y miró al cielo. Qué bonitos le parecían los días lluviosos. Al camión no lo vio llegar. Por mala fortuna al conductor también le embelesó el matiz oscuro que la lluvia había dejado en las nubes.

Aida

Aida, locura

Potencialmente peligroso

Sábado. Diez de la mañana.
Ella todavía entre los edredones. Le digo que se levante y me responde con cara juguetona que lleva toda la semana saliendo de la cama temprano para ir a trabajar. De repente un perro azul vuela hacia la ventana. ¿Qué puñetas es ese chucho? El médico me ha dicho que cuando vea cosas que me parezcan anómalas tengo que tomarme mi medicación. La piel de mi invitada se pone morada progresivamente, ¿debo preocuparme? Esta locura me está matando. Soy parcialmente consciente de mi enajenación. Ninguna medicación me curará jamás, solo podré “reducir los síntomas”. La pastilla va haciendo efecto. La miro otra vez ahí tumbada. ¿Todavía está morada? Me acerco y la toco. Esta helada y no respira. De repente lo recuerdo: la cena, el alcohol y su fino cuello entre mis manos.
En mi cabeza retumba la voz del médico diciéndome que soy potencialmente peligroso.

Aida